sábado, 14 de noviembre de 2009

"No merezco mostrarme como ejemplo, sólo que estoy triste y tengo miedo, mucho miedo" (Lucas, carta agosto 2006).


A mi "Cariñosa Camucha" que le pone el pecho a
la vida.


Agradezco profundamente a Pepe Medina habernos
"conectado"; y cuando digo "conectado" me
refiero a eso precisamente, pues hoy por hoy
"Cariñosa Camucha", -como yo la he llamado
desde la primera vez- es algo así como mi
hermana mayor.

Hace meses que estoy estudiando y leyendo sobre el tema drogas, adictos, adicciones y en realidad quería escribir algo que valga la pena.
Creo que todo lo que he leído y he tratado de informarme me sirven de poco a la hora de poner en palabras lo crudo y lo terrible que es encontrarse en situaciones similares, pues está visto que nadie se puede poner en el lugar del otro porque solamente es "ese otro", el que padece, el que sufre, el que clama, el que denuncia, el que lleva inscripto en el cuerpo y en el alma tanto dolor y desolación.
Son dos cosas que el ser humano las vive individualmente para adentro que son: perder la libertad y perder a un hijo.
Yo particularmente he vivido las dos situaciones y se como se siente.
Podemos solidarizarnos, podemos compungirnos, podemos "querer ayudar" a soportar cargas tan pesadas, podemos en nuestro querer colaborar con tantas cosas!...
He leído los pocos comentarios que han publicado los periódicos del caso de Lucas Monjo, y no me alcanza para expresar lo que siento.
Para esos padres he encontrado este cuento que no se si atenuará su dolor pero creo que les dará alguna luz en su tristeza, pues me parece reiterativo dar vueltas sobre lo mismo.

Un abrazo no solo solidario, pues quiere decir muchas cosas tal vez, vaya para ellos un "abrazo humano"...

"Cariñosa Camucha": como me despido todos los días en mis cartas:

Besos mil... Sil


El Príncipe feliz


En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.
Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.
Por todo lo cual era muy admirada.
-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- . Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico, cosa que, en realidad, no era.
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.
-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?
-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.
Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.
Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.
-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.
-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.
Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.
-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.
-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco. Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!
Y la Golondrina se fue.
Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.
-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.
Entonces divisó la estatua sobre la columna.
-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.
Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.
-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.
Entonces cayó una nueva gota.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota. La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.
-¿Quién sois? -dijo.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina- . Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
«¡Cómo! ¿No es de oro de ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa.
Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas
revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.
Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.
-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.
-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.
Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad. Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.
Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.
Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!
-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial - respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!
Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.
-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor. Y cayó en un delicioso sueño.
Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.
Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.
Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.
-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!
Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local. Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...
-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.
Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.
Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.
Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:
-¡Qué extranjera más distinguida!
Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.
-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.
-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.
-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.
-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso. Y se puso a llorar.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.
El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.
-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.
Y parecía completamente feliz.
Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.
Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.
-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina. Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.
-He venido para deciros adiós -le dijo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?
-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.
-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.
-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.
Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.
-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.
-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.
-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.
-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.
Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.
-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.
Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.
Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras. Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.
- ¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.
-¡Ya tenemos pan! -gritaban.
Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían. Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.
-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad? Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.
El hecho es que su corazón de plomo se había partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.
A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.
Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.
Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.
-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado - dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.
-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.
-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea. Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.
-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.
-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.
-O la mía -dijo cada uno de los concejales.
Y acabaron disputando.
-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como deshecho.
Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.
-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

Oscar Wilde






A dos años de la muerte de Lucas Monjo


Nadie contiene a los padres de un adicto



Entre las 20 y las 21 del jueves 31 de agosto del 2006, Lucas Monjo, de 35 años, salió a hacer un trabajo y cayó muerto a pocas cuadras de su casa a raíz del consumo de cocaína. Ese día y los previos estaba contento. Una semana después, Camucha y Antonio (sus padres) hablan con honestidad sorprendente. “Ningún instituto de tratamiento habla de los padres. Muchos se suicidan después de la agonía de convivir con un hijo adicto y nadie lo dice”. La vida antes y después de un hijo adicto. Ellos, hicieron todo lo que estuvo a su alcance y no pudieron.




El sobrino de Lucas –de cuatro años- toma la leche, en la casa de su mamá y sus abuelos en barrio Poeta Lugones de la ciudad de Córdoba. Sus abuelos nos atienden y hablan con una honestidad que conmueve. Fueron 21 años de convivencia con Lucas y la cocaína. Camucha demuestra una fuerza casi desenfrenada para pelear “para que no haya más Lucas”, a lo largo de la charla da una variedad de respuestas sorprendentes a la pregunta ¿Por qué a él? Antonio se ve más caído, a veces siente la responsabilidad de no haber ejercido “más autoridad”. Sobre el final del encuentro los dos comienzan a hablar de Lucas en presente. Alguien debería orientar a los padres para saber qué hacer.

Antonio- Él dejó una carta que entiendo como premonitoria

Camucha- La carta fue escrita entre julio y agosto. La quería publicar en la revista Matices.

A- Fue siempre mimoso, se despertaba con una sonrisa. Al menos de chico, dejo de estudiar en el secundario. Me hacía creer que iba y yo, tan tonto como padre le creía. Hasta lo obligaba a que sacara el abono estudiantil del ómnibus. Hasta un momento en que saltó que no iba a la escuela. Tratamos de conseguir auxilio, fuimos a la Casa del Joven. Allí le advirtieron que tenía su hígado mal, que bebía. No terminaba perdido pero se ve que no lo resistía. Aunque su cuerpo era robusto, jugaba al rugby. Después fuimos al Programa Cambio, ahí estuvo un tiempo hasta que nos ofrecen la internación en granja y después viene a la casa de Reinserción en Córdoba.



"Esto es un resumen: secundario sin terminar, casado y separado, negocio brillante fundido, amigos olvidados, familia estafada, pérdida del raciocinio, olvido de la verdad, la ética, pérdida de los valores, desconocimiento de la vergüenza, y la traición, desprecio por todos y uno mismo, sin dignidad ni honor, y cuánto más?" (carta de Lucas, agosto de 2006).


Lucas, Gaby y Natalia.

Fragmento carta de Lucas...

C- Él comienza primero con marihuana (17 años) y después consume cocaína (21 años). Dejó de ir a la Casa del Joven. (Los adictos) son grandes manipuladores, mentirosos, tiernos y cálidos. Tienen ambivalencias. El no quiere ir más porque dice que los psicólogos no sirven. Cuando quieren comenzar (a consumir) de nuevo, empiezan a descalificar. El padre busca otro programa y elige Cambio. Estuvo en granja casi un año, faltaban 9 días. Yo pedía por favor que no lo dejaran salir para Navidad y Año Nuevo. Diciembre, enero y febrero son los peores meses de recaídas, igual que la época de festejos. La mejor navidad que pase en 20 años fue en la granja. Todos estaban limpios.

A- Los chicos trabajaban, tenían granja, invernadero. El se veía bien. Incluso, después de un tiempo salía a buscar provisiones. No termina el programa cambio, no “egresó”. Cuando vuelven al grupo familiar vuelven a elegir los amigos de antes. Él no estaba perdido, pero si tenía la falla de pequeños robos…

C- ¿Pequeños? Las cámaras (fotográficas) son nuestro medio de vida...

A- Pero las cámaras que me sacó no fueron las más importantes (Antonio es fotógrafo) No es que lo esté disculpando, yo me moría de odio.



Ajeno a tanto dolor, interrumpe el nene de 4 años: ¿Los pulpos cuando nadan tiran gas negro? “Los calamares también”, responde Antonio. Sus abuelos nos cuentan que el nene no quería saber de la muerte de Lucas y que ayer jugaban al Veo Veo, como siempre lo hacía con su tío.

"...nada nada, hace entender, porqué las drogas nos convierten en semejantes hijos de puta!! Sí, en eso nos convertimos, hoy no lloro, no hay víctimas (quiero decir, el que se droga no es una víctima) si todos los que nos rodean, digo TODOS. No se puede confiar en nosotros, clavamos puñales por la espalda y hasta nos creemos victoriosos, me pregunto ¿hasta cuándo? ¿hasta cuándo? ¿hasta cuándo?"


A- Lucas vuelve a las andadas con los amigos conocidos y uno de ellos es un proveedor del barrio. En una oportunidad, se metieron juntos en una casa y sacaron un televisor. Mirá la solidaridad que existe entre ellos que “el amigo” lo manda al frente a Lucas. El no se inyectaba. Pero bebía, fumaba, y consumía cocaína y marihuana un poco. Alternaba con épocas que trataba de trabajar. Cuando empezó a buscar trabajo salía hecho un señor: saco y corbata, pelo bien cortito

C- Hermoso salía. Estuvo como cinco años sin consumir. Casi lo había logrado. No sabés cuando están limpio, lo hermosos que son.

A- Probablemente en el medio haya tenido una recaída que no sabemos. Él algo aceptaba de lo que yo le decía, por ejemplo que no se tatúe porque a las empresas no les gusta, ni se puso pearcing, ni nada, no andaba tachonado. Oscilaba con períodos buenos. También había situaciones que conspiraban Y algunos bajones que escapaban a él, por ejemplo instaló un comercio de distribución de fiambre allá detrás de la cancha del club Talleres, se rompió por hacerle la decoración y cuando terminó lo echaron, le bajaba el ánimo.

“Si estoy arrepentido, lo estoy hasta que me deje nuevamente seducir por la cocaína (...). Ya no sé cuál es la ruta de escape”. “He tropezado más veces de las que uno quiere con la misma piedra, pero no bajo los brazos y sigo luchando. Muchos –escribió– recorren este camino, no merezco mostrarme como ejemplo, sólo que estoy triste y tengo miedo, mucho miedo”.

C- La cocaína es muy fuerte. Y si no estás bien parado… Él se odiaba, sentía desprecio por sí mismo, era débil. Probar prueban muchísimos, pero ¿por qué no quedan pegados? Hay una predisposición o psicológica o química del individuo para quedar pegado. En su carta él hace una crítica a un tratamiento, que seguro ayudó a muchos, pero que es muy frío. Yo colaboré cinco años, pero bueno...

"...lo primordial es tener voluntad de cambio, uno por uno mismo, no existe otra salida."


C- Hay algo que no se dice en ninguna institución: en qué magnitud convivir con un drogadicto afecta a los padres. Los padres no sólo pierden desde la cuestión económica, la familia va perdiendo todo: hasta pierden la vida. Más que todo lo he visto en los varones, porque hablan menos, se descargan menos. Un padre de un compañero de tratamiento de Lucas, se suicidó. Se pegó un tiro. Los suicidios de los padres se tapan. Otro padre se cayó en la puerta de la institución, lo alcanzan a llevar al hospital y allí se murió. Otro desarrolló un cáncer de garganta por su estado emocional. Otro perdió todo. Muchos perdieron todo porque los padres ponen todo para salvar a sus hijos. A otros se les desencadena un problema cardíaco: yo tengo cinco by pass y las arterias estrechas, porque el stress emocional que produce vivir con un drogadicto es totalmente destructivo. No sólo se autodestruye el drogadicto: destruye todo lo que está alrededor.


Los padres necesitamos protección de los castigos de los hijos. En España hay una organización que trabaja con este tema.

"Hay alguna entidad que hoy sólo piensa empresarialmente (aunque tiene muy buenos profesionales, destacados) y esa línea se olvida de la protección a quienes piden auxilio para salvar una o muchas vidas, deseo con muchas ansias que tomen conciencia."

¿El se violentaba?, le preguntamos.


A- Cuando había consumido estaba muy violento uno o dos días, hasta que se le pasaba. Y decaía y no quería hacer nada. Dentro de la casa. Si él estaba bien, colaboraba muchísimo, hacía la comida. Los últimos días estaba tan bien que reacondicionaba una vieja moto, para poder salir a trabajar porque le habían ofrecido un trabajo en una distribuidora de fiambres. Le advertí que era una moto vieja, y que le iba a dar trabajo. Pero se puso chocho, la estaba desarmando en la calle, porque ella (Camucha) le tiró la bronca para que no le arruinemos el pasto.

¿Cómo era la vida?

C- Cuando estaba mal era de terror. Tienen un submundo, hablan con un léxico que uno no entiende. Cambian el sentido de las palabras, de amigos. Y se ocupan muy bien de que la familia no sepa quiénes son ni de dónde vienen. Te hacen un trabajo psicológico de que sos perseguida, y vos te sentís que sos una hija de p… Ayer (el miércoles) vino un amigo recuperado y me decía, “¿te acordás Camucha todas las veces que me echaste?...
Yo los echaba y tenía unas agarradas bárbaras con Lucas. Esta agonía viene de hace 15 o 17 años. Tenías que estar atenta para anticipar qué se iba a llevar ese día para comprar la droga. Vos no sabías si quedaba comida en la heladera: la cocaína te deja duro, te anestesia sentimientos, hambre, frío, voluntad. Y la bajan con alcohol o durmiendo. Estaba un día y medio sin comer o durmiendo y después se bajaba la heladera y tomaba agua o gaseosa.
Es terrorífico, la ropa empieza a desaparecer o aparece ropa de otro.
Nos pasó que un amigo de él le compró dispositivos de fotografía que Lucas nos sacaba con el propósito de que Antonio los pudiera recuperar.
Tengo una carterita que hace años la tengo puesta para cortar el pasto, barrer, o ir a la verdulería, así tuviera dos pesos.

“Y ahí me acobardo, y sé que es por esta sociedad hipócrita en la que vivimos donde las personas que son valientes y se desnudan ante todos, reciben los golpes más duros: el rechazo, la marginación”,

Yo digo que Lucas murió para algo. Yo siempre le decía “acá tiene que morir alguien”. Yo me quiero ir ya. Ahora parece que se los digo así, tranquila. Ahora voy a hacer el duelo y va a tener fin, pero la agonía no tiene fin.




A- Yo escondía la plata para que no desapareciera. Y no sé cómo, pero tienen un olfato especial y la encuentran. Una vez me sacó unos dólares, gastó una parte y me devolvió otra. Pero eso es inusual. Una vez estuvo detenido, lo encontraron a él y a otro más con droga. Estaba desesperado del miedo. Son débiles.

¿Dónde se proveía?

C- Uno de los proveedores era amigo de la infancia (cayó muerto al frente de su casa).
Hay varios, pero no sabemos. Un muchacho llamó ayer y hablando de la adulteración y del vidrio que le ponen (a la cocaína). El me cuenta que Lucas le había preguntado hace unos meses si sabía donde vendían cocaína de la buena porque en el barrio era toda mala. Yo confirmo que él había vuelto, aunque sea esporádicamente.
Yo pienso que la causa de su muerte no ha sido una sobredosis, creo que a él el corazón no le dio más y tenía que morir así, en algún momento, aunque hasta que no nos den la autopsia no lo sabremos. No es al proveedor a quien culpamos, son muchos. Es la sociedad, es un mundo enfermo.

Me arrepentí de haber dicho (en Canal 8 de Córdoba) que murió al frente la casa de un proveedor, la responsabilidad no es de él, que es un perejil. Hay muchos como él.

C- No estás nunca tranquila, aunque veas que está recuperado. El hijo que vos tuviste, que conociste o creías conocer no existe mas después de una recuperación, siempre queda resabios de la cocaína. La personalidad y esa cosa hermosa que era, desaparece.

¿Y él qué se volvió?

C- No reía más. La risa era una mueca. Dejó de ser cariñoso, indiferente.

A- Cuando estaba bien le florecía todo eso. Era muy generoso y cuando conseguía trabajo compraba cosas, no sé si quería disculparse. Leía mucho.

"...hoy se consume drogas en cada esquina, y en cualquier nivel social, hasta en familias excelentemente constituidas, no dejen pasar la oportunidad de saber, comprender, y decirse “a mí también me puede pasar”, aunque parezca difícil."

¿Ustedes sienten culpa?

C- Yo tuve muchos años hasta que por trabajar y por constante búsqueda para recuperarme en un momento hice un clic. Y hoy no siento culpa, porque la culpa me paralizó. Yo me transformé en una codependiente. Me empecé a odiar como él se odia, a anestesiar como él. Y a abandonarme como él. Me transforme en un ente. Sin consumir sustancia me volví codependiente.

A- En mi caso, la culpa la viví de otra manera. Yo quería imponer disciplina y me decían que era autoritario. Y eran discusiones, por poner autoridad, y ella decía que era autoritarismo. Entonces yo reflexioné: si como padre yo me hubiera puesto más firme… Creo que bajé los brazos en el asunto de la paternidad y la deje a ella. Quizá estoy equivocado, no lo sé.




¿Quieren hacer algo?

C- Yo colaboré en el programa Cambio, después con una mujer que había pasado lo mismo que yo intentamos armar algo. No trabajar en prevención porque no creo en la prevención, sí en la concientización. Para que la gente se involucre. Yo quería hacerlo pero Lucas me decía que le ponía un cartel, su hermana que iba a ser la hermana del drogadito, él (por su esposo) que era docente universitario. No podía hacer nada de lo que creía que debía hacer.
Yo ahora digo: Lucas se murió, vos estás jubilado y yo no pertenezco a ningún partido político ni nada, sólo dependo de mí. La muerte y la vida de Lucas, va a servir para algo, me voy a jugar. (Lo mira a Antonio que niega haberse opuesto)


A- No queremos hacer un piquete, ni quemar cubiertas ni ser Blumberg. Yo no sé si hoy (por la marcha que realizaron anoche los vecinos del barrio Poeta Lugones ) voy a poder hablar.

C- Él se ahoga. Yo no sé porque estoy así, no puedo estar en apariencia bien, debo estar con un bloqueo. Se porqué no lloro, porque vengo llorando hace 20 años. Por más duro que parezca, mi hijo se ha liberado. Él está libre, mi alma. El va a ser alguien importante que va ayudar a otro. Ojalá no me caiga.

A- Eso a mi no me conforma.

"No merezco mostrarme como ejemplo, sólo que estoy triste y tengo miedo, mucho miedo" (Lucas, carta agosto 2006).



Ahora, ya sin su hijo, luchan para que no haya más “Lucas” y exigen al Gobierno de la provincia medidas concretas contra el narcotráfico

http://www.sosperiodista.com.ar/Cordoba/Nadie-contiene-a-los-padres-de-un-adicto

2 comentarios:

  1. Estimada, la verdad que está muy interesante tu blog... muy buenos los escritos...

    Te molesto por un favor porque trabajo con alguien que compartió un tiempo con Lucas en la granja (por suerte salió y está bien) y hoy justamente hablábamos de ello, y quería saber si tienes la carta completa para usar como herramienta, si está a tu alcance desde ya quedaré muy agradeceido...

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  2. Ángel del Baldío: Me alegro que te interese el blog.
    No tengo la carta, es más: jamás la vi y no se qué dice en realidad. Solo se lo que sabemos todos por el vídeo y los comentarios de los padres y esos fragmentos. Calculo que ellos, los padres, deben querer resgardar la intimidad de Lucas, ya que fue todo tan explícito en los medios.
    Cualquier cosa envíame un mail que si tengo noticias te contestaré, además quisiera preguntarte algunas otras cosas.
    silgoma69@yahoo.com.ar
    Un abrazo... Sil

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